lunes, 12 de febrero de 2007

La energía nuclear presenta riesgos, tanto si se acepta como si no


La falta de una decisión política respecto al balance energético español, está propiciando movimientos especulativos por parte de grupos empresariales potentes del sector, y esa toma de posiciones guiada por simples intereses mercantiles, complica, en mi opinión, la adopción posterior de una estrategia consistente y equilibrada, corriendo el riesgo de que se aumenten a corto plazo los precios que deberán pagar los usuarios por la energía y puede suceder que hasta se comprometa la estabilidad del suministro.
En el debate energético, los temas abiertos no se resuelven con el paso del tiempo, sino que se emponzoñan, agrían y empeoran.

La demora en aceptar lo que para los expertos del sector es evidente, y es la necesidad de prolongar la vida de las centrales nucleares existentes y autorizar la instalación de dos o tres más, definiendo, por otra parte, la ubicación adecuada para el almacenamiento de los residuos nucleares de mayor actividad, no ayuda en absoluto a clarificar el panorama. No será con ayudas apuradas a la investigación de energías alternativas o con subsidios desmesurados a las energías eólica y solar, aprovechados hasta ahora hábilmente por eléctricas y bancos, como se va a despejar el panorama, porque los consumos crecen y nadie está dispuesto a ahorrar comodidades.

La posibilidad de que E.ON se haga con el control de Endesa, una vez que Gas Natural ha anunciado que se retira de la puja por la antigua empresa pública, debería obligar a realizar un análisis serio y completo de las consecuencias para la estrategia energética española. Ya.
Me sorprende la escasez de opiniones fundamentadas acerca de ese tema, y mi sentido profesional me lleva a estar en desacuerdo a que el asunto se demore o se encubra con silencios más o menos conniventes, al estilo de lo que ha sucedido en otras ocasiones y en otros temas importantes. Pretender que el mercado es una panacea que va a resolver las contradicciones o indecisiones del panorama político, jamás se ha evidenciado como una teoría inteligente, desde la perspectiva de lo que es mejor para mantener una capacidad de decisión aceptable en los temas importantes para el país.

Me permito citar, en apoyo tangencial de esta tesis, la reciente la compra por Mittal de la mayoría de control de Arcelor (después de diferentes etapas de integración en la que la siderúrgica española, concentrada internamente tanto en la producción como en la distribución, pasó por un período de gestión a manos francesas y luxo-belgas, con una testimonial presencia de ejecutivos españoles). El inexplicado intento de dejar caer el grupo siderúrgico en manos de su competidor ruso Severstal "antes que dejarlo en las manos especuladoras" del magnate indio, argumento empleado por su antigua cúpula, según cabe deducir ahora, con el solo objetivo de aumentar el precio de venta, es una muestra de los factores fundamentales que dominan los productos estratégicos cuando se confía a intereses privados.

Muchos son los ejemplos del efecto de un mercado revuelto en torno a las mayores empresas españolas, algunas de ellas con importantes fondos de comercio y atractivos flujos de caja. Los movimientos especulativos sobre las empresas constructoras, de servicios o de distribución españolas, muchas de ellas ahora bajo estricto control extranjero -que no hay que confundir con control privado, por favor-, son muestras evidentes de que, al abrigo de las palabras mágicas liberalización y mercado, los más avispados grupos internacionales han ido tomando posiciones. Creer que "nuestras" empresas están bien colocadas en esa carrera tiene un componente sustancial de utopía, pues su crecimiento y consolidación escalonada, está siendo observado con interés y contenido placer fagocitador por las mayores multinacionales, atentas a que engorde su pieza.

Defender el patriotismo empresarial no está de moda en el contexto europeo, obsesionado oficialmente por defender los valores de comunidad, integración, mercado único, globalización. La experiencia ha demostrado la habilidad de los gobiernos dominantes en la Unión Europea, y de sus principales empresas nacionales, -que no hace falta definir como estratégicas para tratarlas como tales- en cantar en un lado y poner los huevos en otro. Un documento tan necesario para robustecer la Comunidad como es la Constitución europea no ha merecido la aprobación de un "convencido" defensor de la unidad de mercado europeo, como es Francia, por ejemplo.

En este contexto, se ha de entender que la oferta de compra de Scottish Power por Iberdrola haya generado una fuerte preocupación en el Reino Unido. Se han desatado las opiniones respecto a los riesgos de comprometer la autosuficiencia, o de externalizar un mercado en el que están ya muy introducidos los grupos alemanes E.ON and RWE, y la francesa EDF. El Grupo de Usuarios de consumo intensivo energético (EIUG) del Reino Unido, que representa los sectores industriales acero, químicos y papeleras, opina que la consolidación del mercado energético allí ha ido demasiado lejos. No denuncian la propiedad extranjera de las empresas, sino a la concentración del mercado en pocas manos, es decir, apuntan a la insuficiencia del propio mercado para garantizar un suministro fiable y a buen precio.

Los altos precios de los servicios de agua, electricidad y residuos que pagan los europeos y las altas tasas de cobranza (prácticamente del 100% en la UE) han provocado que las compañías de servicios europeas tengan un músculo financiera muy sólido. Por agrupaciones y fusiones las empresas han ido consolidando y ampliando su poder adquisitivo, y se ha aumentado la voracidad de los grupos mayores hacia los pequeños, buscando optimizar sus estructuras de capital. En el mercado alemán la situación actual no permite considerarlo como un ejemplo de liberalización, y la inquieta E.On controla las tuberías que llevan el gas ruso a otros países, incluído el Reino Unido.
En fin, el precio de la energía en España es barato en comparación, y eso aporta muchas opciones atractivas de incrementar la carga recaudatoria sobre los usuarios de servicios imprescindibles, como ya se hizo con el agua por parte de las empresas francesas, cuando se repartieron el mercado español. La tarifa media eléctrica de los consumidores españoles es el 0,83 de la de Francia, el 0,70 de la de Alemania y el 0,57 de la del Reino Unido. La razón de esa diferencia de precios hay que verla en la mayor proporción de la energía nuclear o hidroeléctrica en relación con los que utilizan gas o carbón casi exclusivamente (El Reino Unido, por ejemplo, utiliza el 40% de gas en su mix). La perspectiva de un aumento de tarifas a corto plazo, con el objetivo de "uniformizar precios en la UE", la puede comprender cualquier observador.

Los movimientos de Iberdrola y de E.On son apenas una muestra del interés de las mayores compañías eléctricas europeas en consolidarse dentro de los mercados europeos. Pero la voluntad de ambas empresas de crecer parece tener ritmos y dimensiones muy distantes. E.ON, ya había hecho un acercamiento fracasado a Scottish Power, y no tuvo ningún problema en presentar a Gas Natural como un caballo blanco de intereses gubernamentales españoles. Por el contrario, cuando la italiana Enel se aproximó a Suez, inmediatamente intervino el gobierno francés para apoyar una fusión entre GDF y Suez para hacer al grupo galo impermeable a cualquier oferta de terceros. Parece que la costumbre en Europa es tratar los temas con diferentes raseros, pero en España seguimos con la armadura de Quijote encasquetada, bajo un sol de castigo y con la vista puesta en los molinos de viento. Interpréteseme bien la imagen, por favor, que viene al pelo.
(Esta entrada proviende del Blog de Angel Arias, y se recoge aquí con la intención de trasladar el debate a un foro especializado)

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