Son muchas las ocasiones en que el tema de la formación ambiental de esa profesión multivalente que es la ingeniería, convertida en los últimos años en una subespecie de "chicos listos para todo", y cuajada de interferencias internas y externas, ha surgido en las conversaciones que he mantenido con diferentes colegas.
Los elementos más frecuentes de los comentarios se dirigen a las dificultades de conocer la legislación aplicable, a la presión creciente sobre la incorporación de medidas ambientales, y a los riesgos que está corriendo, a veces sin saberlo, el profesional que firma el proyecto o se encarga de su dirección facultativa.
Con este breve apunte pretendo aportar algunas ideas para, si es posible, fomentar la discusión sobre este asunto que es, en mi opinión, tan importante como delicado. La delicadeza a que me refiero como necesaria para el tema, es que, a priori, todas las ingenierías afirman que sus profesionales saben perfectamente cómo abordar las cuestiones ambientales, y, adicionalmente, ya existen algunos "ingenieros ambientales" y "técnicos ambientales", que reclaman para sí el monopolio o la primacía sobre este campo de actividad y empleo.
Sin necesidad de recordar lo que es bien conocido, a saber, que prácticamente todas las intervenciones del ingeniero sobre la naturaleza tienen impacto ambiental, directo o indirecto, se trata aquí de proponer qué es lo que debería saber el técnico al respecto. Y no para que lo aprenda después de finalizar la carrera, con un máster o un cursillo de varios meses, o por su cuenta, sino para que lo incorpore a su acervo de conocimientos durante su plan de estudios.
En mi opinión, la formación complementaria al ingeniero debe dirigirse a dos sectores: lo económico y lo jurídico.
a) En lo económico, ha de permitirle evaluar con suficiente precisión las externalidades de las actuaciones y procesos y el cómputo de los costes y amortizaciones derivados de aquellos. Es decir, ha de saber identificar y tratar las inversiones y los costes que afectan a la contabilidad del proyecto, tanto en la fase de preparación como en la de ejecución. Su conocimiento para concretar e individualizar estas partidas, le llevará a decidir cómo incorporar correctamente los costes, haciendo por sí mismo la evaluación de las diferentes opciones, calculando, si fuera necesario, tanto valores añadidos como residuales, manejar tirs y rentabilidades, interpretando balances y contabilidades analíticas sin pestañear, y sin contar con ayuda ajena. Si los cálculos los hacen otros, sabrá cómo supervisarlos, detectar incongruencias y proponer su corrección.
Por cierto, ese conocimiento de prácticas contables -a las que los ingenieros suelen referirse despectivamente- no necesariamente les ha de servir para recargar con costes los proyectos y procesos de los que sea responsable, sino para estar preparado para hacerlo, en su caso, en la medida que la reglamentación o la presión social se lo demanden.
b) En lo jurídico, ha de conocer, no solamente la legislación y reglamentación aplicables, sino, y por la cuenta que le tiene, el efecto que tiene su incumplimiento. Ha de saber lo básico del Derecho civil y administrativo -también del penal-, cómo intervenir en un juicio como perito o testigo, moverse con holgura entre reglamentos y leyes, y conocer la terminología para expresarse con comodidad en términos legales o jurídicos.
No está de más que piense que, para la mayor parte de los jueces y posibles demandantes, el ingeniero es un profesional apetitoso como demandado, ya que se le supone una solvencia, un seguro profesional, un Colegio que le defenderá jurídicamente para salvarle el pellejo legal, y, como añadido gozoso, suele actuar con una cierta petulancia y seguridad que le llevará a negar que él pueda equivocarse o que los coeficientes de seguridad o las medidas que él adoptó no eran suficientes, elementos que predisponen a los demás, humanamente, en su contra.
Decir que los ingenieros están capacitados, por lo mucho que han estudiado, para resolver cualquier problema que se les presente en su vida profesional, es una simpleza. La complejidad de los elementos puestos en juego en muchas actuaciones, no permite ni su improvisación ni es posible extraer consecuencias o tomar decisiones rápidas una vez que el problema se ha presentado.
Creo que los planes de estudio de todas las ingenierías deberían abordar, de inmediato, la incorporación de una selección de temas económicos y jurídicos, aplicables a la cuestión ambiental, para que nuestros ingenieros supieran cómo tratar los asuntos ambientales con la seriedad, la sensibilidad y la profundidad que la sociedad está exigiendo de este asunto. Y no corrieran riesgos, ellos mismos, de que lo que desconocen les cayera sobre la cabeza, cuando sea demasiado tarde para ellos o para los que resulten afectados de su desconocimiento.
Los elementos más frecuentes de los comentarios se dirigen a las dificultades de conocer la legislación aplicable, a la presión creciente sobre la incorporación de medidas ambientales, y a los riesgos que está corriendo, a veces sin saberlo, el profesional que firma el proyecto o se encarga de su dirección facultativa.
Con este breve apunte pretendo aportar algunas ideas para, si es posible, fomentar la discusión sobre este asunto que es, en mi opinión, tan importante como delicado. La delicadeza a que me refiero como necesaria para el tema, es que, a priori, todas las ingenierías afirman que sus profesionales saben perfectamente cómo abordar las cuestiones ambientales, y, adicionalmente, ya existen algunos "ingenieros ambientales" y "técnicos ambientales", que reclaman para sí el monopolio o la primacía sobre este campo de actividad y empleo.
Sin necesidad de recordar lo que es bien conocido, a saber, que prácticamente todas las intervenciones del ingeniero sobre la naturaleza tienen impacto ambiental, directo o indirecto, se trata aquí de proponer qué es lo que debería saber el técnico al respecto. Y no para que lo aprenda después de finalizar la carrera, con un máster o un cursillo de varios meses, o por su cuenta, sino para que lo incorpore a su acervo de conocimientos durante su plan de estudios.
En mi opinión, la formación complementaria al ingeniero debe dirigirse a dos sectores: lo económico y lo jurídico.
a) En lo económico, ha de permitirle evaluar con suficiente precisión las externalidades de las actuaciones y procesos y el cómputo de los costes y amortizaciones derivados de aquellos. Es decir, ha de saber identificar y tratar las inversiones y los costes que afectan a la contabilidad del proyecto, tanto en la fase de preparación como en la de ejecución. Su conocimiento para concretar e individualizar estas partidas, le llevará a decidir cómo incorporar correctamente los costes, haciendo por sí mismo la evaluación de las diferentes opciones, calculando, si fuera necesario, tanto valores añadidos como residuales, manejar tirs y rentabilidades, interpretando balances y contabilidades analíticas sin pestañear, y sin contar con ayuda ajena. Si los cálculos los hacen otros, sabrá cómo supervisarlos, detectar incongruencias y proponer su corrección.
Por cierto, ese conocimiento de prácticas contables -a las que los ingenieros suelen referirse despectivamente- no necesariamente les ha de servir para recargar con costes los proyectos y procesos de los que sea responsable, sino para estar preparado para hacerlo, en su caso, en la medida que la reglamentación o la presión social se lo demanden.
b) En lo jurídico, ha de conocer, no solamente la legislación y reglamentación aplicables, sino, y por la cuenta que le tiene, el efecto que tiene su incumplimiento. Ha de saber lo básico del Derecho civil y administrativo -también del penal-, cómo intervenir en un juicio como perito o testigo, moverse con holgura entre reglamentos y leyes, y conocer la terminología para expresarse con comodidad en términos legales o jurídicos.
No está de más que piense que, para la mayor parte de los jueces y posibles demandantes, el ingeniero es un profesional apetitoso como demandado, ya que se le supone una solvencia, un seguro profesional, un Colegio que le defenderá jurídicamente para salvarle el pellejo legal, y, como añadido gozoso, suele actuar con una cierta petulancia y seguridad que le llevará a negar que él pueda equivocarse o que los coeficientes de seguridad o las medidas que él adoptó no eran suficientes, elementos que predisponen a los demás, humanamente, en su contra.
Decir que los ingenieros están capacitados, por lo mucho que han estudiado, para resolver cualquier problema que se les presente en su vida profesional, es una simpleza. La complejidad de los elementos puestos en juego en muchas actuaciones, no permite ni su improvisación ni es posible extraer consecuencias o tomar decisiones rápidas una vez que el problema se ha presentado.
Creo que los planes de estudio de todas las ingenierías deberían abordar, de inmediato, la incorporación de una selección de temas económicos y jurídicos, aplicables a la cuestión ambiental, para que nuestros ingenieros supieran cómo tratar los asuntos ambientales con la seriedad, la sensibilidad y la profundidad que la sociedad está exigiendo de este asunto. Y no corrieran riesgos, ellos mismos, de que lo que desconocen les cayera sobre la cabeza, cuando sea demasiado tarde para ellos o para los que resulten afectados de su desconocimiento.
No estoy diciendo que ahora no sepan cómo hacerlo, estoy afirmando que ningún ingeniero debería ser egresado sin saber cómo hacerlo.
Por Angel Arias, Dr. Ingeniero de Minas y Abogado
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