(Escrito el 7 de enero de 2007)
Ayer amanecía con nieblas, frágiles y delicadas, en el valle del río Jarama. Eran como tiras de algodón, suavizando el paisaje; eran las sábanas del sueño de la humedad atmosférica, perezosas, pegaditas a la tierra; queriendo ser agua, de un río que apenas la lleva; eran tenues y semitransparentes; eran abrigo de musgos y líquenes; eran invitación a seguir en la cama, a seguir durmiendo.
La niebla es como ver a medias; la niebla invita al recogimiento; la niebla es aprendiz de nube, es indolente, no quiere volar al cielo; la niebla es como un abrazo de un agua que es vapor, que es sublime, que te envuelve y que te rodea; la niebla es como la nada desvanecida; la niebla es melancolía, es frío, es quietud; la niebla te engulle y te atrapa en un vacío indefinido; la niebla es como un no existir de la existencia...
Si cambio atardecer por amanecer podría hacer míos los versos de Juan Ramón Jiménez (nuestro premio Nobel onubense), y podría decir con él ("Las tardes de enero"):
Va cayendo la noche: la bruma
ha bajado a los montes el cielo:
una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.
¡Cómo cae la bruma en el alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas esconden
esas tardes sin sol ni luceros!
En las tardes de rosas y brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.
Cuando el frío desciende a la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas marchitas
a través de los pálidos cuerpos.
Y hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se pierden
en la nada sin fe de los sueños.
La nostalgia, tristísima, arroja
en las almas su amargo silencio,
y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.
Los jardines se mueren de frío,
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay sonrisas, suspiros ni besos.
¡Como cae la bruma en el alma
perfumada de amor y recuerdos!
¡Cuantas almas se van de la vida
estas tardes sin sol ni luceros!
Dice el refrán: "mañanita de niebla, tarde de paseo", y así fue. Comimos en el jardín, a pleno sol, impensable para mitad de enero. Eran las migas de pastor, con sus torreznos y chorizo; eran las migas de pastor con melón y con uvas; eran las migas de pastor con huevos fritos; era un vino somontano, crianza, nacido en Barbastro (Huesca), en botella larga de 1,5 litros, que reza en su etiqueta: color rojo de gran intensidad, destacan los aromas a frutos rojos, especias y dominio de tostados sobre un fondo balsámico de impresión agradable, viva y distinguida. En boca se muestra carnosos, con buena estructura tánica y final intenso y prolongado...; era un flan casero con nata también casera; era un dulce de sopa de almendra (que es la pasta del mazapán toledano, bien deshecha en leche); y fue un buen orujo gallego.
Hoy el día ha roto con jirones rojos en los cielos, como plumas de pavo real del averno. Son llamas y fuegos fatuos de un aquelarre de noche de San Juan; son luz divina; son (creo) estratonimbos, que tal vez luego se desvanezcan; son aprendices de nubes mañaneras; son lanzas de viejos guerreros, perdidas en el espacio; son galaxias que nos invaden; son brochazos de surrealismo... ¡Qué se yo! Es el amanecer que me mira y me invade; es mi alma que se refleja en la naturaleza; es un sueño... es una vida...
Rafa er minero
La niebla es como ver a medias; la niebla invita al recogimiento; la niebla es aprendiz de nube, es indolente, no quiere volar al cielo; la niebla es como un abrazo de un agua que es vapor, que es sublime, que te envuelve y que te rodea; la niebla es como la nada desvanecida; la niebla es melancolía, es frío, es quietud; la niebla te engulle y te atrapa en un vacío indefinido; la niebla es como un no existir de la existencia...
Si cambio atardecer por amanecer podría hacer míos los versos de Juan Ramón Jiménez (nuestro premio Nobel onubense), y podría decir con él ("Las tardes de enero"):
Va cayendo la noche: la bruma
ha bajado a los montes el cielo:
una lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
El rumor de sus gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma, dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.
¡Cómo cae la bruma en el alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas esconden
esas tardes sin sol ni luceros!
En las tardes de rosas y brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.
Cuando el frío desciende a la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas marchitas
a través de los pálidos cuerpos.
Y hay un algo de pena insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se pierden
en la nada sin fe de los sueños.
La nostalgia, tristísima, arroja
en las almas su amargo silencio,
y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.
Los jardines se mueren de frío,
en sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay sonrisas, suspiros ni besos.
¡Como cae la bruma en el alma
perfumada de amor y recuerdos!
¡Cuantas almas se van de la vida
estas tardes sin sol ni luceros!
Dice el refrán: "mañanita de niebla, tarde de paseo", y así fue. Comimos en el jardín, a pleno sol, impensable para mitad de enero. Eran las migas de pastor, con sus torreznos y chorizo; eran las migas de pastor con melón y con uvas; eran las migas de pastor con huevos fritos; era un vino somontano, crianza, nacido en Barbastro (Huesca), en botella larga de 1,5 litros, que reza en su etiqueta: color rojo de gran intensidad, destacan los aromas a frutos rojos, especias y dominio de tostados sobre un fondo balsámico de impresión agradable, viva y distinguida. En boca se muestra carnosos, con buena estructura tánica y final intenso y prolongado...; era un flan casero con nata también casera; era un dulce de sopa de almendra (que es la pasta del mazapán toledano, bien deshecha en leche); y fue un buen orujo gallego.
Hoy el día ha roto con jirones rojos en los cielos, como plumas de pavo real del averno. Son llamas y fuegos fatuos de un aquelarre de noche de San Juan; son luz divina; son (creo) estratonimbos, que tal vez luego se desvanezcan; son aprendices de nubes mañaneras; son lanzas de viejos guerreros, perdidas en el espacio; son galaxias que nos invaden; son brochazos de surrealismo... ¡Qué se yo! Es el amanecer que me mira y me invade; es mi alma que se refleja en la naturaleza; es un sueño... es una vida...
Rafa er minero
(escrito por Rafael Fernández Rubio, Dr. Ingeniero de Minas, como impresiones de un amanecer de invierno a orillas del Jarama)
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