viernes, 17 de julio de 2009

El almez del Prado (Celtis australis)


Por Rafael Ceballos Jiménez
Vicedecano del Colegio de Ingenieros de Montes

Unos años más tarde de que le ordenaran a Boutelou, jardinero y arborista mayor del reino, la multiplicación sin tasa de robles, olmos, almeces y fresnos con cuyo auxilio se realizasen los ornamentos de las calles de sombra de los Reales Jardines, se iniciaron los trabajos de la gran reforma del prado de los Jerónimos. Con esta obra se soterró el arroyo de Valnegral y, sobre el terreno nivelado, se construyó un paseo con jardines y fuentes al que se adosó el magnífico edificio neoclásico, diseñado por Juan de Villanueva para Gabinete de Ciencias Naturales, pero que acabó constituyéndose en la actual sede de la primera pinacoteca de Madrid.


Los actuales jardines que rodean el museo y el monumento a Murillo que da nombre a la Plaza que se forma entre el Museo y el Jardín Botánico datan de 1871 y debió ser en esa fecha cuando se plantara el majestuoso almez –Celtis Australis- .que hace de charnela entre el paseo y la plaza.
Este ejemplar, catalogado como árbol monumental de Madrid, tiene una altura de 25 metros con un diámetro de copa, asimismo, de 25 metros y un perímetro en su tronco de casi 4 metros.


La especie no suele sobrepasar esa altura, con un tronco recto, robusto, de ramas principales gruesas y ascendentes y ramillas más o menos extendidas, a veces casi colgantes. La corteza lisa y grisácea; las hojas lanceoladas, rugosas, más o menos irregulares en la base y de color verde oscuro. Las flores pequeñas y amarillas se transforman en frutos carnosos, algo globulosos, del tamaño de un guisante –almecinas-. Se desarrolla en regiones de clima suave, principalmente sobre suelos sueltos y algo frescos, tanto ácidos como calizos, apareciendo incluso entre las mismas rocas en barrancadas y laderas pedregosas, alcanzando altitudes superiores a los mil metros, como en Torrelodones cuya fortaleza tomó su nombre de la masa arbolada de almeces o lodones que en su entorno había.


No es un árbol que el común distinga y, en el conjunto de una arboleda, suele pasar desapercibido. Con independencia de su uso en jardinería y paisajismo, la aplicación más extendida de este árbol es como proveedor de varas para una peculiar artesanía de horcas, mangos, bastones, cayados y varas de mando, cuya industria les impide crecer y los árboles, en la zona levantina, se convierten en tocones, troncos mil veces trasmochados durante cientos de años, chatos, deformes y encallecidos cuyo cultivo configura laberintos entre la propiedad tantas veces partida.


¿Cuánta magia no encerrarán las arboledas de almez cuando la tradición narra múltiples apariciones de vírgenes en sus ramas? La Virgen del Castillo de Agrés (Alicante) y la Mare de Deu de Lledó, patrona de Castellón, sólo son dos ejemplos marianos de estos misteriosos sucesos.

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