Los romanos tenían olfato de sabuesos (sabueso. (Del lat. sagusius (canis)). m. Pesquisidor, que sabe indagar, que olfatea, descubre, sigue o averigua los hechos.// 2. perro sabueso). Antes de levantar una piedra sabían lo que existía debajo. Mejor dicho, debían tener unos pesquisidores a los que, al menor indicio, se les debía encender una lucecita roja encima de la cabeza, que les llevaba a decir ¡caspita! (ahora hubiesen dicho: ¡coño!; pero aquellos eran más educados, y hasta hablaban en latín).
Bueno ¿y por qué cuento esto? Por una razón sencilla: cuando uno se ha pateado tantos rincones del solar hispano, en el mundo de la minería, siempre se ha encontrado que por allí estuvieron antes los romanos, quines tras olfatear ponían en marcha sus aprovechamientos mineros… Si os contara no terminaría; lo mismo me da que fuese por Asturias, o por León, o por Huelva, o por Teruel, o por Cartagena…Sería más fácil decir aquellos yacimientos que ellos no descubrieron, pero seguro que, si escarbamos allí, encontraremos también un cráneo mineralizado, o un candil romano, o un denario, o una inscripción, que eran como sus hojas de periódico.
Por el suroeste español (y su continuación por tierras de la Lusitania), desde “ad kalendas graecas” los romanos debieron tener una “legio” de sabuesos “ad hoc”, olfateándolo todo “ab initio”. Por allí hicieron agujeros, más que estrechos, buscando oro, y plata, y cobre y manganeso y fierro, y todo lo que en la Tabla Periódica de los Elementos ya estaba apuntado.
Los tíos, por aquello de “primum vivere deinde philosophari”, no se cansaban, subían cerros y bajaban barrancos, porque con ellos se podría decir eso que me hace rechinar los dientes cuando lo leo: hacían una investigación exhaustiva. Pero, lo que contaba, pesquisaron hasta cansarse y decir “alea jacta est” (mucho antes ya habían dicho lo de “Ave Caesar, morituri te salutam”).
Por sierras onubenses, surcadas por los ríos Tinto y Odiel, pero extendiéndose hacia el este por las sevillanas escindidas por el río Guadiamar (¿os acordáis?), no debieron dejar piedra sin levantar. Y así surgieron las minas de Riotinto y Tharsis, y tantas otras que salpican estas tierras, y le dan color a sus sierras y valles, y acidez y metales a sus aguas. ¡Si las piedras hablaran!...
Bueno ¿y por qué cuento esto? Por una razón sencilla: cuando uno se ha pateado tantos rincones del solar hispano, en el mundo de la minería, siempre se ha encontrado que por allí estuvieron antes los romanos, quines tras olfatear ponían en marcha sus aprovechamientos mineros… Si os contara no terminaría; lo mismo me da que fuese por Asturias, o por León, o por Huelva, o por Teruel, o por Cartagena…Sería más fácil decir aquellos yacimientos que ellos no descubrieron, pero seguro que, si escarbamos allí, encontraremos también un cráneo mineralizado, o un candil romano, o un denario, o una inscripción, que eran como sus hojas de periódico.
Por el suroeste español (y su continuación por tierras de la Lusitania), desde “ad kalendas graecas” los romanos debieron tener una “legio” de sabuesos “ad hoc”, olfateándolo todo “ab initio”. Por allí hicieron agujeros, más que estrechos, buscando oro, y plata, y cobre y manganeso y fierro, y todo lo que en la Tabla Periódica de los Elementos ya estaba apuntado.
Los tíos, por aquello de “primum vivere deinde philosophari”, no se cansaban, subían cerros y bajaban barrancos, porque con ellos se podría decir eso que me hace rechinar los dientes cuando lo leo: hacían una investigación exhaustiva. Pero, lo que contaba, pesquisaron hasta cansarse y decir “alea jacta est” (mucho antes ya habían dicho lo de “Ave Caesar, morituri te salutam”).
Por sierras onubenses, surcadas por los ríos Tinto y Odiel, pero extendiéndose hacia el este por las sevillanas escindidas por el río Guadiamar (¿os acordáis?), no debieron dejar piedra sin levantar. Y así surgieron las minas de Riotinto y Tharsis, y tantas otras que salpican estas tierras, y le dan color a sus sierras y valles, y acidez y metales a sus aguas. ¡Si las piedras hablaran!...
Pero, claro, una cosa es ser un buen sabueso, con todos los certificados y acreditaciones en regla, y otra cosa es escudriñar con el olfato hasta lo profundo de la tierra, muy complicado hasta para aquellos que se sabían lo “cogito ergo sum”. Si os vais dado cuenta me enseñaron latín a lo largo de muchos años, en aquel bachiller que se aprendían cosas más útiles que con la falsamente llamada “Educación para la Ciudadanía”. ¡Dixi!
Y, en efecto, cuando hacia oriente se terminan las sierras, y comienza la campiña alomada, que en tránsito nos hará llegar a la “tabula rasa”, se extendía una “terra incognita”, para aquellos sabuesos, que habían llegado allí diciendo lo de “veni, vidi,vinci”.
Y, bajo más de 150 m de las margas azules, que se depositaron en el Mioceno (todavía no habían llegado los de “civis romanus sum”), la madre Natura guardaba celosa un tesoro escondido (casi como el tesoro de El Carambolo, que allí cerquita se descubrió). Y los romanos, que se dieron muchos paseos por encima, arriba y debajo de aquella Ruta de la Plata, ni lo olieron. Estaban mirando a las chavalas aquellas, que iba con su manto tapando un pecho y enseñando el otro, y no estaban en lo que tenían que estar.
El caso es que por allí, bajo el arroyo Molinos, y casi también bajo el arroyo Garnacha, desde aquellos tiempos del Carbonífero, se fue gestando un yacimiento mineral rico (muy rico, para que vamos a engañarnos), de cobre pero también de oro, y de otros metales de esos que hoy son la base para lo que los finolis llaman “utilities”.
Hasta que llegaron unos sabuesos más modernos, que no miraban a lo que los romanos no debían mirar y, con unos trastos geofísicos que se lo saben todo, localizaron anomalías del campo gravitatorio terrestre (¡toma ya!), y es cuando dijeron ¡coño! (“lapsus linguae” debieron decir ¡cáspita!, pero es que eran muy mal hablados). Llevaron luego unos equipos de hacer agujeros muy profundos y delgaditos, y sacaron unos testigos con minerales ricos (muy ricos, para qué vamos a engañarnos). Hicieron más agujeros que en un acerico (almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas), y cuando se convencieron de que allí estaba el “jamón pata negra”, tuvieron que juntar cuartos, y más cuartos (uséase: euros y más euros), que todos son pocos, para crear el Complejo Minero – Hidrometalúrgico de Las Cruces (ya me he santiguado).
Y, en efecto, cuando hacia oriente se terminan las sierras, y comienza la campiña alomada, que en tránsito nos hará llegar a la “tabula rasa”, se extendía una “terra incognita”, para aquellos sabuesos, que habían llegado allí diciendo lo de “veni, vidi,vinci”.
Y, bajo más de 150 m de las margas azules, que se depositaron en el Mioceno (todavía no habían llegado los de “civis romanus sum”), la madre Natura guardaba celosa un tesoro escondido (casi como el tesoro de El Carambolo, que allí cerquita se descubrió). Y los romanos, que se dieron muchos paseos por encima, arriba y debajo de aquella Ruta de la Plata, ni lo olieron. Estaban mirando a las chavalas aquellas, que iba con su manto tapando un pecho y enseñando el otro, y no estaban en lo que tenían que estar.
El caso es que por allí, bajo el arroyo Molinos, y casi también bajo el arroyo Garnacha, desde aquellos tiempos del Carbonífero, se fue gestando un yacimiento mineral rico (muy rico, para que vamos a engañarnos), de cobre pero también de oro, y de otros metales de esos que hoy son la base para lo que los finolis llaman “utilities”.
Hasta que llegaron unos sabuesos más modernos, que no miraban a lo que los romanos no debían mirar y, con unos trastos geofísicos que se lo saben todo, localizaron anomalías del campo gravitatorio terrestre (¡toma ya!), y es cuando dijeron ¡coño! (“lapsus linguae” debieron decir ¡cáspita!, pero es que eran muy mal hablados). Llevaron luego unos equipos de hacer agujeros muy profundos y delgaditos, y sacaron unos testigos con minerales ricos (muy ricos, para qué vamos a engañarnos). Hicieron más agujeros que en un acerico (almohadilla que sirve para clavar en ella alfileres o agujas), y cuando se convencieron de que allí estaba el “jamón pata negra”, tuvieron que juntar cuartos, y más cuartos (uséase: euros y más euros), que todos son pocos, para crear el Complejo Minero – Hidrometalúrgico de Las Cruces (ya me he santiguado).
Y como el agua que hay allí abajo no es para los mineros agua bendita (pero como si lo fuese), hay que sacarla sin afectarla y volverla a meter otra vez dentro de la “pila de agua bendita” (es decir, en el acuífero Niebla-Posadas. No se crean ustedes que esto es llegar y besar el santo. Hay mucho que discurrir, y muchos cuartos (uséase, euros), que gastar. En la fase de construcción la inversión es de 463 millones de euros que, para entendernos mejor, son casi setenta y ocho mil millones de nuestras bien recordadas pesetas.
A trancas y barrancas (las de los que ponen toda clase de obstáculos, porque son miembros activos de la “plataforma antiprogreso” (aunque no lo digan)), la mina se va abriendo, con las mejores tecnologías existentes en el mundo. Y los hombres y mujeres, que allí laboran, se dejan la piel a jirones porque todo se haga bien, pese a los antiprogreso, que ponen chinitas, y pedruscos así de gordos, para tropezar (“homo hominis lupus”, que diría el sabueso romano).
Y se está abriendo la mina con todos los cuidados medioambientales (¡si yo contase…!), y construyendo un complejo para el tratamiento del mineral, donde trabajan muchos centenares de personas, y a donde voy desde hace 17 años como mínimo una vez al mes, pero con frecuencia muchos días más.
Muchas cosas escribo para mi, por aquello que decíamos los romanos “verba volant scripta manent”, y es que no es fantasía lo de hacer minería, que nos es absolutamente imprescindible, cumpliendo los mejores estándares ambientales y sociales y económicos (que en eso consiste el desarrollo sostenible). Esto no conseguirá que se callen los de “panen et circensis”, que seguirán existiendo “in saecula saeculorum” o “sine die” (que hay donde escoger), sin aplicar aquello de “mutatis mudandi” ni decir jamás “mea culpa”.
Otros, por el contrario harán suyo lo de “mens sana in corpore sano”, y mientras me reafirmaré en lo que pienso (“quod dixi dixi”)
(Por Rafael Fernández Rubio)
1 comentario:
Hola os queremos informar de una de las primeras veces que se hace jardinería de guerrilla en España:
http://www.jpe-asturias.org/?p=2800
Saludos :-)
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