La formación básica de los ingenieros españoles, es decir, la que se consigue en el proceso educativo reglado que termina en las Escuelas Técnicas Superiores, y se refrenda con un título académico otorgado por los Rectores universitarios en nombre de la Jefatura del Estado, sigue siendo el sustrato de prestigio clave para nuestras profesiones, y es una garantía de competencia, que sirve también para cualificar otros aspectos de la persona, y no solamente laborales.
Esa competencia de los ingenieros mezcla aspectos genéricos, -incluso abstractos-, con otros muy concretos, identificables para cada rama técnica. Los ingenieros presumimos de servir para todo, pero en la mayor parte de las ocasiones se nos exige poder demostrarlo.
La formación que se obtiene en las Escuelas nos ofrece la base para proyectar múltiples trabajos, aunque la experiencia y la formación posterior son imprescindibles para no cometer errores, que pueden suponer graves daños y responsabilidades. Las empresas, además de exigir el título, se interesan por conocer la trayectoria profesional de los candidatos, evaluándola según criterios más o menos subjetivos.
Los trabajos que realizan muchos ingenieros han tenido, por otra parte, en la medida en que aumentaba el número de egresados, cada vez menos que ver con las ingenierías tradicionales.
La crisis ocasional de algunas de las “salidas” habituales de las carreras, ha provocado la desviación de los ingenieros desde los cometidos que pudieran deducirse de sus denominaciones (prácticamente, en la actualidad, todas obsoletas) hacia nuevos terrenos, hollando espacios vírgenes pero también pisando zonas que parecían inicialmente previstas para otros.
Así, en los nuevos sectores tecnológicos, las ingenierías han ido concentrando algunas de sus preocupaciones formativas y prácticas, y aparecieron nuevas denominaciones para esas especialidades. También, y con carácter troncal, se fueron incorporando a los planes de estudios, técnicas computacionales, enseñanzas de economía aplicada e investigación operativa, automática y robótica, telecomunicaciones y, por supuesto, diversas materias ambientales.
En esta evolución de los planes de estudio de todas las ingenierías, se ha producido una cierta convergencia o duplicidad de varias especialidades. Han aparecido títulos comparables o equívocos para definirlas, advirtiéndose la coincidencia de asignaturas, que se produce ahora no solamente en los primeros cursos de las carreras, como siempre fue tradicional, sino también en los últimos años de estudio.
El tratamiento de aguas y suelos, la edafología, la estética y la recuperación ambiental, la administración de empresas, los cálculos estructurales o las energías alternativas son solo algunos de los puntos en los que se observa con mayor frecuencia, la identidad de programas o el propósito de los gestores universitarios de solapar las competencias.
En concreto, disciplinas relacionadas con el sector del ambiente se han introducido en todas las ingenierías, de forma coherente con la necesidad de adaptar las enseñanzas a la problemática de una sociedad más sensibilizada con la cuestión del entorno.
No es posible imaginar hoy a un buen ingeniero que no sea capaz de valorar el impacto ambiental de sus obras, gestionar los recursos naturales minimizando su despilfarro, calcular los costes de la aplicación de acuerdo con las tecnologías disponibles, o contabilizar los efectos trasversales de sus actuaciones sobre la sociedad, el entorno físico o la vida animal o vegetal. Pocos ingenieros ignorarán la importancia de dotarse de conocimientos jurídicos o económicos, y la ventaja de saber expresar convincentemente a un auditorio las razones de sus decisiones.
Uno de los buenos empleadores de ingenieros sigue siendo el Estado. Quizá no sea superfluo recordar que los Cuerpos de las ingenierías más antiguas nacieron en torno a la provisión de plazas de funcionarios ingenieros en los distintos Ministerios.
En 1893, la Revista de Obras Públicas, recogía la opinión del ingeniero Antonio Molina Garrido sobre la conveniencia de reservar, después de la escuela Preparatoria, un número de plazas de alumnos oficiales coincidente con la previsión de vacantes en los cuerpos del Estado, sin perjuicio de que se impartieran las enseñanzas a todos los que quisieran seguir las carreras de Minas, Caminos, Montes y Agrónomos, pero que ya no tendrían plaza garantizada.
Ni la propuesta fue aceptada entonces, ni ha habido una coherencia en las actuaciones para la provisión de los puestos de funcionario. Hoy en día, los ingenieros egresados deben participar en las oposiciones pertinentes, estudiando los temas que prevea cada convocatoria. En algunos casos, se restringe el acceso a las oposiciones, a los ingenieros provenientes de alguna rama en especial, y no son infrecuentes los casos de litigio entre las ingenierías, que pretenden tener más derecho que otras a ocupar ciertos puestos.
Sigue, pues, siendo cuestión controvertida la precisión de las competencias de los ingenieros, ataviada con puntos oscuros por el dinamismo de los cometidos reales de los ingenieros y la defensa de reductos antiguos, asaltados desde diversos frentes por la creciente complejidad de las tareas específicas.
El cumplimiento de los acuerdos de Bolonia, tan oscuros e inaplicables en algunas interpretaciones y, por ello, tan cuestionados, complican la cuestión al pretender que la validación de los títulos para el ejercicio profesional, sea trasladada a los Colegios profesionales, que deberían garantizar la cualificación de sus miembros para hacer según qué cosas. Los Colegios tendrían, no ya la responsabilidad de visar, sino de revisar los proyectos, cualificando los grados de confianza que merecen los autores de los proyectos. Una tarea que puede ser inmensa.
La necesidad de colegiación no se exige, en general, para los ingenieros funcionarios al servicio del Estado, subsistiendo así una dicotomía según que el empleador-cliente sea la Administración pública o una empresa privada.
Son, por esa razón, muchas veces las asociaciones de funcionarios de un cuerpo concreto las que se enfrentan con la Administración convocante de las plazas de empleo público, cuando entienden que se ha hecho una incursión que merma sus campos de exclusividad. Tienen, en este caso, enfrente, a los colegios profesionales de aquellas otras ingenierías o licenciaturas que pretenden disponer de la misma o superior cualificación para optar a esos puestos y participar en los exámenes de los programas que, desde luego, incluyen materias que no siempre se estudian en las carreras y, por ello, demandan un estudio complementario de los opositores, junto con el repaso de parte de lo aprendido en las carreras oficiales.
A poco que se analice, se comprende que el panorama se presenta con bastantes indeterminaciones y puntos controvertidos. Sería muy conveniente una revisión de algunos de los postulados clásicos de las ingenierías, revisando las enseñanzas impartidas, las especialidades, las áreas de competencia entre las ramas, los postulados de control de la solvencia individual y de las recién reguladas sociedades de ingeniería, los códigos deontológicos y, no en último lugar, precisar la clase de supervisión de los proyectos que competirá asumir a los colegios profesionales.
Porque, por encima de la gran versatilidad que tenemos los ingenieros, parece indubitable la posición de mantener la competencia de las distintas ramas de la ingeniería en determinados ámbitos exclusivos, pero no basándola en la defensa de parcelas de poder, sino en la mayor y específica cualificación de los egresados para llevar a cabo, con garantía, ciertos trabajos.
Resolver la cuestión con una reglamentación clara y de obligado cumplimiento por las Administraciones convocantes de plazas públicas, evitaría muchos litigios y tensiones entre los ingenieros y ayudaría a no tener que hacer pruebas inútiles o convertir los programas de oposición en un aprendizaje de postgrado, no exento de folclore.
Angel Arias
(Editorial publicado en la revista Entiba, número de abril de 2008, revista del Colegio de Ingenieros Superiores de Minas del Noroeste de España)
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sábado, 12 de abril de 2008
La competencia de los ingenieros
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