martes, 5 de junio de 2007

Formas de festejar el Día Mundial del Medio Ambiente


Hoy se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Todos los días 5 de junio desde 1972, en que a la Asamblea de las Naciones Unidas (ONU) se le ocurrió que había que señalar la fecha especial de comienzo de la Conferencia de Estocolmo, en la que se abrió el camino hacia las buenas intenciones y propósitos para contener el deterioro ambiental, que -ya entonces- a algunos científicos les parecía imparable.

Yo no soy científico, sino observador de la naturaleza. A lo largo de mi vida, he sido testigo del cambio de casi todos los entornos paisajísticos.

En España como en Colombia, en Marruecos como en Egipto o en Chile; en Estados Unidos como en Alemania o Inglaterra (por señalar solamente algunos de los países que he tenido ocasión de visitar, en general por motivos de trabajo, en diversos momentos de las tres últimas décadas), el cambio ha sido para peor. Cierto que se han recuperado algunos ríos para repoblarlos en general con carpas y tortugas verdes, que se han limpiado algunas playas para colocarles una bandera de colorines, o que se han plantado algunos milels de árboles, generalmente alóctonos. Pero la mayoría de mis espacios preferidos, aquellos de los que disfruté en diferentes momentos de mi vida, impregnándome de su belleza, han sido afectados de manera irremediable, cruel, y, a veces, zafiamente.

En algunos de esos que fueron lugares predilectos, han crecido construcciones de hormigón armado faltas de la estética más elemental, con formas de puentes, autovías o edificios cada vez más altos; en ciertos parajes, se han incrustado campos de golf, canchas de tenis o helipuertos o clubs náuticos, para que disfruten quienes se dicen también, amantes de la naturaleza y del deporte. En zonas donde anidaban aves de paso, se han canalizado deltas para plantar lentejas o arroces dietéticos. Entre los bosques o junto a los arroyuelos, se han agrupado naves industriales para realizar en ellas los más variados adminículos, renovados en diseño cada tres por cuatro y con destino a la basura, ocultas tras paredes pintadas de verde botella. En otros sitios, simplemente, el abandono y la desidia, campan por sus respetos, convirtiendo los pasos de antaño en impenetrables matorrales y malezas.

A todos los que defienden las energías alternativas, a los que planifican sus vacaciones de verano en algún lugar remoto con el objetivo de volver a casa con hermosas fotografías digitales, a los que opinan que la energía nuclear es la mejor solución para calentarnos tal como están las cosas, a los que reivindican, -con las armas y las amenazas de muerte, a veces, ay, consumadas-, autonomías y supuestos derechos ancestrales, a los que andan en biclicleta y a los que se desplazan en coche 4x4 a la vuelta de la esquina a comprar yogures. A todos los que creen que esto tiene remedio y a los que no, permitídme un consejo:

La única manera coherente de festejar el día mundial del medio ambiente es quedarse en casa, con las persianas bajadas, meditando sobre las razones del despropósito que se ha introducido en nuestra sociedad: placer a toda costa, sin importar lo que caiga, a quién le duela, por qué; ansia por consumirlo todo, sin reparar en futuros, en afectados, en víctimas; obsesión por disfrutar sin límites, sin consejos, sin guías, sin credos.Tal vez podríamos, a medio día, alimentarnos con una lata de sardinas; ya, ya sé que los pilchardus son inocentes animalitos que en nada son culpables de nuestra coprofagia, pero también representan uno de nuestros despropósitos: como hay muchos y llegan baratos al mercado, los despreciamos. No está bien visto decir que son nutritivos y sabrosos.

Acompañaré mi lata de sardinas con agua del grifo. Puedo permitirmelo. Dos litros, aproximadamente, cuestan 0,002 euros. Espero no haber equivocado al dividir con decimales. A vuestra salud, humanos.


Angel Arias


(más comentarios y otras entradas pueden verse en http://amarias.blog.com)

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