miércoles, 29 de junio de 2011

REFLEXIONES SOBRE LA FORESTACIÓN DE TIERRAS AGRÍCOLAS

Desde la noche de los tiempos, el hombre ha desmontado zonas de bosque y roturado terrenos para destinarlos a la producción de alimentos.

Es probable que cuando la población era escasa y la tierra abundante, la elección de los terrenos a cultivar obedeciera a la intuición y a una racionalidad empírica, virtudes características del agricultor, sobre los suelos mejor dotados para el cultivo; pero más adelante, cuando la propiedad y dominio de la tierra se convierte en factor de poder, la selección de las tierras a roturar se limitaría a las disponibles para el agricultor, por razones de proximidad, de propiedad o de otras múltiples circunstancias, como por ejemplo la facilidad de defensa; una consecuencia lógica de lo anterior sería que no se cultivaba tanto lo que se quería cuanto lo que se podía.

Por otro lado, gran parte de la población ha dependido históricamente de una producción agrícola desarrollada con tecnología e insumos precarios, destinada al autoconsumo y a satisfacer necesidades básicas, lo que en un panorama de escasez general llevó, también, a roturar tierras sin vocación agrícola.

Resultado de todo ello ha sido que en la actualidad nos encontramos con una evidente discordancia entre la capacidad agrológica del suelo y los terrenos realmente cultivados en muchas zonas de la geografía española, y de otros países, que se manifiesta en el destino agrícola de tierras marginales cuya vocación es forestal o natural. La discordancia señalada amplía su superficie en la actualidad porque el concepto de marginalidad de tierras agrícolas trasciende su vinculación a suelo y clima para incluir factores demográficos (en ocasiones falta el sucesor de muchas explotaciones agrícolas), territoriales y de gestión, que determinan el grado de dificultad para su explotación y consiguiente probabilidad de abandono del cultivo.

Las reflexiones anteriores sugieren una oportunidad para el rescate forestal de tierras agrícolamente marginales y para racionalizar el uso primario del suelo, que en España ha sido insuficientemente aprovechada, al aplicar la política de forestación de tierras agrícolas de la PAC (Política Agrícola Comunitaria). Y ello por varias razones: la principal la carencia de criterios orientadores de la reforestación hacia los terrenos marginales, pero hay otras, como la insuficiencia de los presupuestos frente a las necesidades, la asociación a cualquier parcela sin considerar la conveniencia de formar masas forestales de gran tamaño o la desinformación sobre la oportunidad que ofrece el arbolado para identificar parcelas que tienden a perderse cuando no se cultivan, por citar solo algunas.

La forestación de tierras agrícolas marginales añade otros beneficios: elimina la utilización de “influentes” y la emisión de “efluentes” agrícolas, conserva o regenera los suelos en muchos casos exhaustos y los aproxima al estado natural, y por último, la forestación proporciona a las tierras agrícolas en dificultades un uso razonable evitando el simple abandono que, en numerosos casos, puede implicar una evolución ecológica indeseable.

Y todo ello en favor de ese ecosistema complejo, diverso, multifuncional, hermoso y útil que es el bosque.

Domingo Gómez Orea

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