Por Rafael Ceballos Jiménez/Ingeniero de Montes/Presidente del CIDES
Al introducir las tres palabras del título de este artículo en algún buscador de internet, se abren numerosas propuestas tentadoras para poner el dinero a disposición de diversos gestores del llamado oro verde en las que se ofrecen generosas rentabilidades. La producción maderera tiene un gran atractivo.
No es esa rentabilidad directa, de mayor o menor credibilidad y dirigida al inversor privado, a la que me quisiera referir; sino a la producida indirectamente, por la creación de masas vegetales, ya sean arbustivas o arbóreas, configurando masas de gran cabida cubierta que, con independencia de la posible rentabilidad maderera, supone unos altísimos beneficios ambientales, cuando estas actuaciones se sitúan sobre suelos desnudos, en zonas de fuerte pendiente y con gran susceptibilidad erosiva y que es responsabilidad de los gobiernos.
Un seis por ciento del suelo de la Península Ibérica se ha degradado irreversiblemente, y un tercio de la superficie padece una alta tasa de terreno desértico. Los datos del Plan Nacional contra la Desertización alertan de la extrema gravedad del proceso en Alicante y Gran Canaria, que se encuentran en grado de total desertización, según un dictamen técnico del Ministerio de Medio Ambiente.
En situación de máxima alerta –por encima del setenta por ciento del suelo convertido en un secarral– están otras diez provincias: Murcia, Tarragona, Almería, Valencia, Castellón, Jaén, Granada, Tenerife y Málaga.
Las pérdidas económicas totales estimadas por inundaciones para los próximos 30 años son del orden de 25.700 millones de euros, siendo las comunidades autónomas más afectadas, la Comunidad Valenciana y Andalucía (superando los 6.400 millones de euros cada una), Cataluña (3.600 millones de euros) y el País Vasco (2.750 millones de euros). A escala provincial destacan Valencia, Málaga, Barcelona, Guipúzcoa, Alicante y Huelva.
Desde que se pusiera freno a la febril actividad repobladora de los años 1940-1970 y mientras el bosque se ha ido incendiando, por un lado, y envejeciendo, por otro, los distintos planificadores, dentro de la cada vez más atomizada responsabilidad, han ido filosofando sobre forestaciones y reforestaciones con especies autóctonas, o no, o sobre tratamientos selvicolas más o menos conservacionistas. No se ha visto, más allá del papel, una aplicación presupuestaria contundente, destinada a impedir, en origen, los procesos de erosión y sedimentación.
Según datos oficiales, la actual Dirección General de Medio Natural y Política Forestal ha efectuado en el 2007 una serie de inversiones correspondientes a diferentes trabajos, cuyos objetivos han sido:
Protección del suelo frente a la erosión y desertificación.
Defensa contra la sequía y las inundaciones.
Preservación y mejora de la diversidad biológica en ecosistemas forestales.
Planificación dinámica de la cuenca hidrográfica enfocada a una gestión sostenible y global de los recursos naturales agua, suelo y vegetación.
Para alcanzar tales objetivos se han ejecutado, básicamente, las siguientes actuaciones:
Implantación de cubierta vegetal protectora y fijadora de suelos, tolerante a condiciones de aridez extrema, mayor economía hídrica y tensiones ecológicas derivadas del cambio climático, sobre una superficie total de 2.340 hectáreas y con una inversión de 10.016.003 € por parte de la Dirección General de Medio Natural y Política Forestal.
Tratamientos selvicolas adecuados a la cubierta vegetal protectora, dirigidos a garantizar su funcionalidad edafogenética, estabilidad biológica y resistencia ambiental. Estos tratamientos se han aplicado a una superficie total de 3.422 hectáreas, habiéndose invertido en ello un total de 9.360.240 €.
Hidrotecnias de corrección torrencial en zonas de montaña, habiéndose realizado acciones de defensa activa inmediata sobre cauces torrenciales y ramblas, para disminuir arrastres y acarreos sólidos, impidiendo su incorporación a los cauces fluviales y a la red de embalses, que han supuesto la ejecución de hidrotecnias protectoras con un empleo de 12.361 m3 de bancales y mamposterías hidráulica y gavionada, por un importe de 2.556.356 € en el año.
Estas inversiones suponen un uno por mil de las cantidades que se prevén para indemnizar los daños
De acuerdo con R. Tamames, en su Informe Forestal 2001, con plena vigencia, no resulta fácil una valoración económica omnicomprensiva del sector forestal.
Para empezar, el valor de la producción de los bienes, lo determina el propio mercado y se traduciría en una media de 1.100 millones de €/año en origen. Dentro del rubro, la madera tiene la máxima participación, el 60 por 100; seguida a gran distancia por el resto de productos: pastos, con 200 millones de euros; corcho, 90; setas 60; leñas 50, etc.
El valor de las externalidades de la función ecológica, cabe determinarlo estimando directamente lo que cuesta el mantenimiento y conservación del medio físico, en torno a 1.500 millones de €/año.
Respecto de la función social —caza, turismo, deporte, etc.—, teniendo en cuenta los gastos efectivamente realizados en esas actividades, la valoración se fija en 20.000 millones de euros, cifra que, a todas luces, refleja una situación todavía muy lejos de lo alcanzable.
En cuanto a la estimación del patrimonio, podría estar en torno a 0,20 billones de pesetas; lo cual transformado en una renta anual del 2,5 por 100 (por la parte no consumida del crecimiento total de los recursos madereros, que es del 5 por 100), representaría una cantidad de 5.000 millones de euros al año.
Según los cálculos hechos, el valor económico anual del sector forestal, atendiendo a su carácter multifuncional, ascendería a un total de 1 billón de euros, cifra muy superior a la convencional de 160.000 millones de la contabilidad tipo PIB (1998). Pasándose pues —sobre un PIB en torno a 100 billones de pesetas— del 0,15 por 100 al 1,63 por 100. Y ello sin contar temas como la captación de CO2 y la producción de oxígeno.
Aunque esa valoración global renovada sigue siendo baja, decuplica sin embargo la tradicional. De lo cual se infiere la necesidad de estimar en todo su alcance los activos forestales, para traducirlos en rentas (consumidas o no), y convertir de ese modo los valores ecológicos en sociales, e impulsar así una nueva asignación de recursos a las áreas forestales a efectos de su conservación y mejora. Muy superior, desde luego, a la cantidad que actualmente reciben: unos 2.000 millones de euros, cifra que representa el 1,36 por 100 del total; para una superficie, que supone algo más del 50 por 100 del territorio español.
Lo irrisorio de ese ratio de inversión forestal explica el estado de abandono en que se encuentran gran parte de las áreas boscosas españolas; así como la superficie de matorrales, pastizales, y zonas desprovistas de vegetación. Con todas las negativas consecuencias que ello implica: deterioro manifiesto en términos de insuficiente explotación, baja o nula rentabilidad en la mayoría de los casos (aparte de los cultivos forestales) erosión, desertificación, envilecimiento de paisaje, etc.
No tan conocida como las Leyes de Murphy o el Principio de Peter es la Teoría de la predestinación económica de Grant:
Si las cosas parecen marchar espléndidamente, se pondrán peor. El éxito inspira demasiada confianza y excesos.
Si las cosas parecen ser poco prometedoras, se pondrán mejor. Las crisis generan oportunidades y progreso.
Nuestros triunfos y nuestras locuras siguen un ritmo cuyo rumbo, aunque quepa influir en él, no puede corregirse. Los buenos tiempos alimentan los malos y viceversa.
Tener esto presente, ante los problemas ambientales que nos agobian, puede ayudar a comprender la confusión y las recriminaciones que pudiéramos hacernos. Atravesamos ciclos en los que nos hacemos vanas ilusiones, en unas ocasiones dejándonos llevar excesivamente por el vértigo y en otras dejándonos llevar excesivamente por el pesimismo. El consuelo es que la génesis de la siguiente recuperación late por lo general entre las ruinas de la última recesión.
En la Biblia ya se había anticipado esta teoría con la interpretación del faraónico sueño de las vacas gordas y las vacas flacas. Está claro que el devenir cíclico de las situaciones es lo que imprime estabilidad al sistema, cualquiera que este sea.
Pero los ciclos que afectan a las decisiones sobre crear cubierta vegetal en los suelos desnudos, propensos a ser erosionados y que, a su vez, son hidropistas por donde circulan a gran velocidad las aguas devastadoras que originan inundaciones y desembocan en tragedias, parecen tener un periodo tan amplio que parecen de dimensión geológica.
Disponer de una valoración global de los efectos externos podría así ayudar a justificar el mantenimiento de las políticas de reducción de la erosión del suelo o la adopción de nuevas formas de protección ambiental
Todo programa con una base sólida tanto desde el punto de vista técnico como económico y social exige la preparación de planes de ordenación de cuencas. Seguidamente, la cosa final y más importante es la de utilizar los medios económicos necesarios para llevar a cabo los programas precisos y desarrollar éstos en toda su amplitud.
En recientes informes oficiales, publicados, se concluyen logros como: Los resultados obtenidos muestran una mejora significativa en las propiedades del suelo con repoblación respecto a los suelos sin repoblación. Concretamente tanto los suelos de zonas con vegetación tipo esclerófilo como los de tipo hiperxerófilo en las que se realizó repoblación presentan un contenido medio de CO más del doble del contenido medio para los suelos sin repoblación. Todo ello confirma el conocimiento del papel de los bosques como sumidero de carbono.
No debemos olvidar que, ya en 1912, Joaquín Costa muy sabiamente decía que “los árboles son los reguladores de la vida. Rigen la lluvia y ordenan la distribución del agua llovida, la acción de los vientos, el calor, la composición del aire. Reducen y fijan el carbono, con que los animales humanos envenenan en daño propio la atmósfera, y restituyen a ésta el oxigeno que aquéllos han quemado en el vívido hogar de sus pulmones; quitan agua a los torrentes y a las inundaciones, y la dan a los manantiales; distraen la fuerza de los huracanes, y la distribuyen en brisas refrescantes; arrebatan parte de su calor al ardiente estío, y templan con él la crudeza del invierno; mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asoladoras, y multiplican los días de lluvia dulce y fecundante”.
Parece que, tampoco ahora llegará la decisión de invertir para mitigar el grave problema socioeconómico que se deriva de la falta de protección del suelo en las cabeceras de las cuencas de nuestros ríos mediterráneos. Aunque los beneficios ambientales y económicos de la inversión forestal supongan una alta rentabilidad a medio y largo plazo, parece tener mejor repercusión política, por su inmediatez, el gasto en medidas urgentes para paliar las pérdidas causadas por aquellos desastres.
lunes, 1 de diciembre de 2008
Rentabilidad de la inversión forestal
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Rafael Ceballos
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