Iré de lo más general, a lo particular, sin que me preocupe dejar constancia de la referencia a mis fuentes, que, lo afirmo desde ahora, utilizaré con libertad, y que serán, fundamentalmente, alemanas y anglosajonas. No serán, sin embargo, las únicas, pues también en Italia, España (con centro en Barcelona) y en algunos países de Europa y Latinoamérica, se está haciendo uso del término, con objetivos bastante deslavazados.
Habrá que empezar indicando, como manifestación previa de humildad, que el lector, allí donde se ubique, no vive en una ciudad inteligente (smart city). Las ciudades inteligentes son un concepto enfocado al futuro. Y como la palabra más delicada de las opuestas a inteligente es incompetente, zafio o descuidado, le propongo, para empezar, que admita que todas las ciudades de este comienzo de siglo son incompetentes (blunt cities).
La propia AENOR, en su propósito reglamentista, siguiendo la corriente mundial, define de esta forma la complejidad del nuevo concepto: “Ciudad inteligente (Smart City) es la visión holística de una ciudad que aplica las TIC para la mejora de la calidad de vida y la accesibilidad de sus habitantes y asegura un desarrollo sostenible económico, social y ambiental en mejora permanente. Una ciudad inteligente permite a los ciudadanos interactuar con ella de forma multidisciplinar y se adapta en tiempo real a sus necesidades, de forma eficiente en calidad y costes, ofreciendo datos abiertos, soluciones y servicios orientados a los ciudadanos como personas, para resolver los efectos del crecimiento de las ciudades, en ámbitos públicos y privados, a través de la integración innovadora de infraestructuras con sistemas de gestión inteligente.”
Una perspectiva tan amplia confirma, de inmediato, que nos encontramos ante una utopía. Lo que no ha impedido que el Gobierno español, en marzo de 2015, ha establecido, un Plan para el Desarrollo de Ciudades Inteligentes, al que se dedica inicialmente, con parquedad presupuestaria, 140 millones de euros.
El ranking de ciudades inteligentes está ocupándose con premura, y tampoco es de extrañar que todas las que publican la implantación de medidas destinadas a mejorar esas características relativamente intangibles se jacten de ocupar ya los primeros puestos. Pero, ante todo, quisiera recoger una primera idea de sistemática, incorporando la visión sobre las Megatendencias para una smart city, que traslado, con mi propia interpretación, del ZukunftInstitut alemán, en una primera relación de once objetivos, que glosaré en posteriores comentarios:
1) Nuevas formas de aprendizaje; 2) Nuevo urbanismo; 3) Total conectividad; 4) Implantación de una neo-ecología; 5) Verdadera globalización; 6)Atención a la individualización de la existencia; 7) Programa de salud global; 8) Impulso a nuevos trabajos y formas de actividad; 9) Incorporación de la mujer y de los jóvenes para la máxima efectividad social; 10) Una sociedad en la que la tercera edad se mantenga activa y cooperativa, además de feliz; 11) Total movilidad.
A ese esquema se ajusta un gráfico que, copio sin traducción, de un magnífico artículo de Harry Gatterer sobre las Megatendencias (Megatrends), que, a modo de un camino con estaciones intermedias y de término, supone una de las mejores concreciones del itinerario que me propongo recorrer con el lector.